Los tesoros del Vaticano

Todo viajero que va a Roma reserva al menos un día para recorrer el Vaticano, el país soberano más pequeño del mundo (44 Ha) y el único que tiene por lengua oficial el latín. Sus instalaciones fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad en 1984.

La plaza y la basílica de San Pedro, el corazón de este estado, reciben cada año a más de 18 millones de peregrinos que acuden movidos por la fe, mientras muchos otros llegan para admirar la extensa riqueza artística acumulada durante siglos por los papas. Temprano por la mañana o ya entrada la noche, se puede disfrutar casi en soledad de la obra de algunos de los más grandes maestros del Renacimiento y del Barroco. 

El baldaquino de Bernini rememora la época Barroca de la Europa medieval
Imagen: NatGeo Travel / Archivo 
Para empezar, la imponente columnata que abraza la plaza de San Pedro fue creada por Gian Lorenzo Bernini, autor también de gran parte de la decoración interior de la basílica; la fachada monumental es obra de Carlo Maderno; mientras que la inmensa cúpula, visible desde casi toda Roma, se debe al genio de Miguel Ángel Buonarroti. San Pedro, la mayor iglesia de la cristiandad, se asienta sobre la colina Vaticana. 

La grandeza que se vislumbra al aproximarnos por la Via della Conzilliazione se confirma cuando se entra en la plaza, en cuyo centro se erige el obelisco que el emperador Calígula trajo de Egipto en el siglo I. Para acceder a la basílica hay que pasar un control de seguridad en la columnata oriental. Dejando a la derecha la Scala Regia de Bernini, custodiada por la Guardia Suiza, se llega a un atrio con cinco puertas. 

Se entra por la central o de Filarete (siglo XV, en bronce), situada justo bajo el balcón desde el que se pronuncia la famosa frase «habemus papam». 

Una vez dentro, la imagen que se contempla abruma por su grandeza y la riqueza decorativa. Enseguida todos los ojos se dirigen a la derecha, hacia la emotiva escultura La Piedad de Miguel Ángel, protegida tras una mampara de cristal después de un ataque vandálico en 1976.

Lo siguiente es acercarse por la nave central hasta el altar que, según la tradición, fue erigido sobre la tumba de san Pedro. Allí se alza el imponente baldaquino que Bernini cubrió con láminas de bronce del Panteón de Roma y, tras él, en el ábside, la Cathedra Petri, un púlpito-relicario del mismo autor. 

Por debajo se abren las Grutas Vaticanas, una necrópolis con tumbas papales y reales que requieren un permiso de visita. Tanto tesoro artístico e histórico y, sin embargo, no se acaba de apreciar la enormidad del templo hasta que no se contempla desde el balcón interior de la cúpula de Miguel Ángel. 
Se accede desde el atrio, en ascensor o por una escalera que sube al terrado de San Pedro, primer mirador de excepción. Ahí se ingresa propiamente en la cúpula, desde la que se ve el interior de la basílica. 

La plaza San Pedro representa el 13%  de la superficie del Estado vaticano
Imagen: NatGeo Travel / Archivo
Pero hay más. Se continúa por otra escalinata que va estrechándose y curvándose hasta convertirse en una de caracol por la que apenas pasan dos personas y que alcanza la cima de la cúpula y una terraza circular. Nadie debería perderse este ascenso, angustioso y fascinante a la vez, porque regala una de las vistas más bellas de la ciudad. 

Salimos de San Pedro hacia la Via di Porta Angelica, en el perímetro de la plaza, donde queda en pie una puerta del siglo XVI que formaba parte de la antigua muralla pontificia. Por ahí se accede a los Museos Vaticanos. 

Para evitar las colas conviene reservar la entrada por internet o bien contratar una visita guiada –las hay desde 90 minutos a 5 horas– y así no perderse ni un detalle del recorrido. Dentro comienza un periplo por los edificios que exhiben las deslumbrantes colecciones papales, y que tiene como meta inigualable la Capilla Sixtina pintada por Miguel Ángel. 

El euro, al igual que en Italia, es la moneda oficial del Estado de la Ciudad del Vaticano
Imagen: Escolar.com / Archivo



Si hay tiempo conviene empezar por el Museo Gregoriano Egipcio, seguir con el Pío Cristiano (mosaicos, relieves y escultura primitiva) y finalizar en la Pinacoteca (obras del XIV al XVIII). Si no, lo mejor será ir directamente al Cortile della Pigna (patio de la Piña), para disfrutar de la imprescindible colección de escultura clásica del Museo Pío Clementino, con obras universales como Apoxyomenos erguido, Sileno con Dionisio niño en brazos, Laocoonte y sus hijos, Apolo de Belvedere y Ariadna dormida. Todas formaban el conjunto que reunió el papa Julio II (1443-1513) para decorar el Cortile delle Statue, el actual patio Octógono. 

No menos impactante resulta atravesar algunas salas de este museo pobladas por cientos de animales en piedra traídos de los confines de la Tierra, o admirar un gigantesco labrum (pila de agua circular) en pórfido rojo, rodeado por bustos y estatuas de emperatrices y emperadores romanos. 

Hay alrededor de 50 mapas pintados al fresco en los muros
Imagen: NatGeo Travel / Archivo
Si optamos por entrar también en el Museo Etrusco, veremos tesoros de esta antigua civilización, como el ajuar y las joyas de la tumba Regolini Galassi, que fue descubierta intacta en 1836 en la necrópolis Sorbo de Cerveteri (norte de Roma), y el Marte de Todi, una delicada estatua en bronce vaciado del siglo v a.C. A través de pasillos adornados con tapices y mapas, nos dirigimos a las Estancias de Rafael, donde se admiran los frescos que decoraban los aposentos del papa Julio II. 

En el mural Escuela de Atenas (1512), que muestra a los más grandes filósofos, un joven Rafael se autorretrató en una esquina. Cuando al fin se entra en la Capilla Sixtina emociona contemplar el sublime arte de Miguel Ángel e imaginar a aquel hombre del siglo XV llenando de vida una simple bóveda. 

Lo normal es quedarse sin habla ante las pinturas, en especial La Creación y el Juicio Final. 
Miguel Ángel recreó el pasaje bíblico donde Dios le otorga vida a Adán en 1511 para la Capilla Sixtina
Imagen: NatGeo Travel / Archivo

La mejor manera de concluir, si sobran tiempo y fuerzas, será dar un largo paseo por los jardines vaticanos, mientras se repasa con la memoria el esplendor artístico contemplado en esta visita inolvidable. 

Para llegar al Vaticano, es necesario aterrizar en Roma. Contrata tu paquete escribiendo a coquivacoatours@gmail.com

CON INFORMACIÓN DE NATIONAL GEOGRAPHIC TRAVEL

NOTA:  Coquivacoa Tours no se resposabiliza por el cobro en las instalaciones de la Ciudad del Vaticano ni por el horario de funcionamiento de las mismas

Francisco Hernández
Redacción Coquivacoa Tours

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